lunes, 4 de mayo de 2015

. . . que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.

¿O quizás no?

Estaba feliz. Su sonrisa radiante era sólo una muestra externa. Lo realmente importante, era esa dicha cálida que bañaba su corazón, esa sensación emocionante y plácida a la vez, que acompañaba a la sangre en un recorrido mágico desde su corazón hasta la punta de sus dedos, esos dedos que ahora iban entrelazados con los suyos, presos en esa mano fornida que tantos de sus sueños ocupó . . .

Caminaban de la mano, por fin podía mostrarle todos aquellos lugares a lo que siempre soñó llevarle: 



El río, ese río cuyo discurrir lento permite que se refleje el vuelo de las múltiples aves que lo habitan.  




Ese jardín íntimo con sus paseos de árboles antiguos 
cuya sombra les resguardaba del tibio sol primaveral, mientras los mirlos pregonaban su amor.



El recóndito mirador desde el que contemplar como la tarde avanzaba sobre la ciudad.



La terraza tranquila en la que sentados, muy juntos, en un cómodo sofá, contemplaban el atardecer, mientras sus olvidadas bebidas se templaban. 

Sus manos, de nuevo entrelazadas, disfrutando de ese contacto tantas veces ansiado, sus ojos, esa mirada cálida y chispeante que lo inundaba todo . . .

No podía ser cierto, seguro que era un sueño, pero si era un sueño, no quería que se acabara nunca . . . La algarabía matinal de los pájaros que vivían bajo su ventana, precipitó su despertar.

¡Ohhhh! Había sido un sueño. Un maravilloso y dulce sueño, pero un sueño a fin de cuentas . . . 

Se desperezó mientras contemplaba las fotos que embellecían cada uno de sus despertares, estiró brazos y piernas y se giró hacia la ventana para contemplar la luz del nuevo día, y entonces vio sus ojos, esos ojos que vivían en sus más dulces sueños y que ahora la contemplaban con deleite desde la otra almohada de su cama . . .


Gracias por prestarme los ojos para mi relato, también.