jueves, 12 de marzo de 2015

Todo pasa . . . Incluso el amor. Vivir es volver a empezar

Lo contrario de vivir es no arriesgarse

Cada vez leo más artículos, revistas y libros en brasileño y cuando me tropiezo con un artículo como este en la revista Bula, me entran unas ganas enormes de compartirlo con vosotros/as. Traducirlo, lejos de ser una tarea, se convierte en un regalo, practico, os ofrezco algo que a mi me ha emocionado y reflexiono sobre aquello que releo varias veces en los dos idiomas hasta dar con una redacción que considere adecuada. Si lo disfrutáis la mitad que yo, me doy por recompensada . . . 

Un día la puerta de tu alma se cerró. La música dejó de sonar. Estabas mirando por la ventana mientras el amor te abandonaba. Puedes irte, le dijiste y juraste que nunca más sentirías ese dolor. Con los pedazos de tu corazón esparcidos por la casa, lo último que querrías es amar otra vez.

Juntar los trozos hasta fortalecerse de nuevo es un proceso que lleva tiempo, y la duración de ese proceso es algo muy personal, así como el tamaño del dolor que cada uno carga. Es como si aún vivieses, los órganos y sistemas de tu cuerpo funcionan, respiras, pero te falta algo. Falta vida en el robot que se encarga de juntar tus piezas.

Fue así, con mucho esfuerzo y angustia, que tropezaste con tus propios pies para volver a aprender a andar. Iluminaste tus pasos con un brillo mortecino. Pero nunca paraste, nunca desististe. No sabías lo que te ibas a encontrar más adelante, solamente sabías que era hacía allí a donde tenías que ir. No siempre encontrabas aquello que buscabas. Algunas veces, acabaste por encontrar quien nunca imaginarías hallar. Otras veces, perseguiste personas queridas que dormitaban en tus recuerdos. Por fin, hallaste tu imagen, la que se escondía detrás del espejo. 

Y ahora estás aquí, sintiéndote entero. ¡Volviste a brillar, a latir! Batiendo tus alas por el mundo nuevo que deseas conocer. No obstante, incluso en lo más álgido de tus nuevos descubrimientos e incluso a sabiendas de que cada día será mejor que el anterior, cada dos por tres, tienes miedo.


El miedo sopla por las rendijas de la puerta de tu cuarto por la noche, en tu silencio secreto. Pero no es aquel pavor de estar parado en el andén de la estación rumbo a un país desconocido. Ni el de sufrir un cólico renal o llevarte una bronca del jefe. Todo eso lo encaras. Todo se complica cuando no encuentras el sentido de las cosas al final de esos días largos e inciertos, cuando el cansancio penetra por los poros a punto de derretirte por dentro. Cuando caes en una rutina mecánica de levantarte, trabajar, protestar, pagar las cuentas y formar parte de la masa de ciudadanos conformistas en este mundo loco.

Este mundo que te obliga a ver como personas son decapitadas y quemadas vivas. El miedo a salir de casa y que te asalten en un atasco, y por eso, recelar de abrir la ventanilla del coche para darle unas monedas al mendigo que parece estar enfermo. La falta de vergüenza en la cara de los políticos que se burlan de nuestra inteligencia. El miedo de coger dengue (*). La espera ansiosa de la lluvia que llena ríos y sentimientos.

En medio de todo eso, es cuando te das cuenta que convertirte en un ser completo es un trabajo duro. Y por mucho que sepas que es un proceso lento e interminable, y que tu objetivo sea buscar la felicidad en cada jornada y no en tu destino, en esas horas en el silencio de tu cuarto, una noche acontece lo imprevisto.

En ese transcurrir de la vida, que continúa entre dolores y curas, reviviendo penas y alegrías, como en un día nublado, cuando menos te lo esperas, ella llega. Toca con los nudillos en la puerta de tus nostalgias, abre la puerta de la ausencia y te abraza fuertemente. Tú no la invitaste, pero aún así, la soledad viene y se queda una temporada.

Ser feliz estando solo, es fácil, lo difícil es estar triste en soledad. Especulando que el amor no es algo tan fácil de encontrar como se ve en las películas y en las novelas de amor, entonces te acuerdas de Rubem Alves "Tenemos una capacidad casi infinita de soportar el dolor, mientas que haya esperanza".

Es con ese presentimiento que el corazón herido, conjura al silencio, atraviesa la madrugada fría y amanece en la alegría. Y encuentra la esperanza, con sus ojos de niña, en equilibrio entre el infierno y el cielo jugando a la rayuela. Ella tira una piedra, y te invita a jugar, mientras esperáis juntas al amor, tu nuevo amor que pronto llegará.

Porque frío, miedo y tristeza, pasan. El dolor, también pasa. Hasta el amor que se fue pasa. Sólo no pasa la voluntad de amar de nuevo.

Entonces, la música vuelve y sueñas con Vinicius de Moraes: "la mayor soledad es la del ser que no ama". 



(Texto de Rebeca Bedone columnista en la Revista Bula)

(Traducción Marian Díaz)


(*) El dengue es una enfermedad infecciosa de las zonas tropicales que se transmite por la picadura de un mosquito.